martes, febrero 16, 2010

Miro la puerta entreabierta de pie en el centro de la habitación. Reina la oscuridad en el recinto y sólo un haz de luz se cola por la apertura.

Aprieto los puños y cierro los ojos debatiéndome entre devolverme o seguir. Un olor llega hasta mí, algo fuerte, algo penetrante, y sé que proviene de la otra estancia. Me invita, me envuelve, me atrae.

Doy un paso hacia adelante y me detengo.

¿Por qué la duda? ¿Miedo? ¿De qué? De comprobar que se cumplió mi orden, tal vez?

Ya no vale arrepentirse. Doy cinco pasos más acercándome. Levanto la mano, ahora con decisión, posándola en la perilla dorada y empujo.

La puerta abierta descubre a mis ojos la habitación iluminada. Casi todo sigue como antes a primera vista: la alfombra blanca, la ventana cerrada, la cama impecablemente hecha, los libros en la biblioteca. Sólo aquel olor cambia el lugar, no pertenece.

Cuatro pasos más y el olor está mucho más cerca. ¿Dónde está ella?

Miro a la derecha y al lado de la cama una mancha de vino tinto interrumpe la blancura de la alfombra, me arrodillo a su lado y percibo que una tonalidad distinta se mezcla con ésta; en seguida mi mente la reconoce: sangre. Y casi inmediatamente mis ojos distinguen un cuerpo pálido que yace debajo de la cama.

Mi orden se cumplió, ya no queda nada, solo cerrar la puerta.

1 comentarios:

José Vicente Guzmán Mendoza dijo...

Me gusto :)
te felicito... siempre me ha gustado como escribes.. desde la primera historia tuya que alguna vez lei en el viejo foro XD

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